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Para frenar la contaminación por plásticos, la industria y el mundo académico deben unirse

Desde la cima del Monte Everest hasta la fosa oceánica más profunda, los trozos de plástico se encuentran en casi todas partes de la Tierra. Incluso se han encontrado motas en la sangre humana y la leche materna. Esta omnipresencia es solo un aspecto de una crisis global que abarca todo el ciclo de vida de los plásticos.

Actualmente, más del 95% de los plásticos se fabrican con combustibles fósiles. Solo en 2019, la huella de carbono de su producción alcanzó los 1.800 millones de toneladas de dióxido de carbono. Esto representa el 3,7% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, aproximadamente el doble de lo que genera la aviación.

Y es que, aproximadamente la mitad del plástico producido se usa solo una vez. En 2019, se generaron 353 millones de toneladas de residuos plásticos. Solo el 9% de esos residuos se recicló y el 19% se incineró — Reducción de la calidad del aire. El resto se eliminó en vertederos (49%) o, peor aún, se gestionó mal (22%): quemados a la intemperie o desechados en el medio ambiente mediante basura o vertido ilegal.

Los estudios preliminares sugieren que los contaminantes plásticos tienen el potencial de perturbar procesos cruciales del sistema terrestre. Véase el ciclo de nutrientes en los suelos y afectación de los patrones climáticos locales al promover la formación de nubes. Incluso, se puede analizar su función como marcador para una posible nueva era geológica moldeada por la actividad humana: la época del Antropoceno.

A medida que la demanda de plásticos continúa aumentando, se espera una producción anual. Para casi triplicarse, de alrededor de 460 millones de toneladas en 2019 a alrededor de 1.230 millones de toneladas en 2060, los investigadores en el mundo académico y la industria están buscando formas de reducir su costo ambiental. Sin embargo, estos esfuerzos suelen ser incrementales y aislados. El progreso es demasiado lento. Los grupos académicos e industriales deben unirse para resolver los problemas más rápido.

Hemos estado haciendo precisamente eso a través de nuestra asociación continua: Eastman en Kingsport, Tennessee, y la Institución Oceanográfica Woods Hole (WHOI) en Massachusetts. Esta colaboración se centra en el desarrollo de bioplásticos funcionales, comercialmente viables, biodegradables y compostables. Aquí, se destacan los beneficios, así como las barreras que encontramos y cómo las superamos.

Tomado y traducido de la Revista Nature.

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